Cierras la puerta y te visita el silencio,
solo en el espejo se ve
un turbio rostro,
el vaso está donde lo
dejaste,
nadie lo recogió, aunque estorbase.
La cama sin hacer desde ayer,
nunca suena el timbre,
tampoco susurrar el teléfono,
un libro que no terminas de leer.
Te asomas a la ventana,
está la calle y la gente,
está la vida y la muerte,
tú y tu destino en un rincón aparte.
Un destierro, un abandono de almas,
la nostalgia hace brotar la tristeza,
añoranza de personas y lugares
en una multitud, pero sin compañía.
Soledad triste compañera,
como cantaba Joaquín Sabina
“Esa absurda epidemia que sufren las aceras”.
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