No podía quedarme quieto,
la noche era peligrosa,
insegura y arriesgada,
llena de oscuras sombras acechantes,
unas silenciosas y otras ruidosas.
Misteriosa era la vereda,
estrecha y ajustada,
apurando fuerzas seguía caminado
con sequedad en los labios,
sin una mirada atrás.
No quería convertirme en estatua de sal.
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