Lo felices que éramos cuando salíamos de nuestra
entidad bancaria con una cubertería, una vajilla o una televisión, nos íbamos
para casa muy contentos y jubilosos con nuestro regalo debajo del brazo y un apretón
de mano del señor director.
Pues ahora sales del mismo banco con el cuerpo lleno de
malas ideas, un malhumor gigantesco, con cara de pocos amigos y un lenguaje que
más quisiera la niña del exorcista y con muchas ganas de pegar chillidos, acordándonos
de todos los santos y de la familia del director.
Basados en hechos reales… y cualquier banco puede
adaptarse a esta historia.
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