Hay personas que son gafes por naturaleza, no sé cómo
se las arreglan, pero siempre están en el lado equivocado con la gente
incorrecta, se quejan de su mala suerte, pero está claro que no hacen nada por
evitar esta situación.
Es como un círculo vicioso del que no pueden o no
quieren salir, y no paran de quejarse incluso de problemas que no son suyos,
son abanderados de las causas perdidas, de las utopías más inverosímiles e
improbables, de inventarse un pasado asombroso y extraordinario lleno de
anécdotas y experiencias que ni si quiera han vivido, de un presente que viven
a una velocidad de vértigo sin disfrutar y recrease del paisaje y dando por
seguro que su futuro va hacer más de lo mismo.
Se aferran a cambios y promesas que nunca van a
cumplir, con un público cada vez más apático y que ya no tienen ganas de escuchar y menos
de aplaudir, y poco a poco la soledad y aislamiento visita a nuestros personajes,
y es cuando surgen los monólogos de abandonos y culpas, las charlas de
melancolías y añoranzas, nos venden sus tristezas y nostalgias, pero ya el teatro
está vacío…
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